El dolor es obligatorio. El sufrimiento es optativo.

 

Este instituto nace de mi propio sufrimiento personal.

Para que tu no lo tengas que pasar.

 

Después de empezar mi particular camino en 2016 para que mi ahora exmujer aprendiera técnicas de liderazgo y gestión de equipos vi todo lo que me faltaba a mí mismo por aprender y por descubrir.

Entre las primeras cosas que aprendí es que todo cambio en mi vida depende de mí.

Talvez no únicamente de mí, pero sí de mí en gran medida.

Esto me dio una enorme tranquilidad y un enorme agobio.

Por un lado, me sentí, y fui capaz de asumir el control de mi vida y de mi propia felicidad.

Y por otro, sentí que no podía utilizar excusas de lo mal que está el mundo o lo mal que lo hacen otras personas.

Excusas que al fin y al cabo no eran más que proyecciones de mis miedos y de mi incapacidad para enfrentarme a lo que sí podía cambiar.

Darme cuenta de esto, de que la mayor parte de mi vida depende de mí, hizo que me empezara a centrar en mi propio crecimiento.

En las cosas que yo puedo afectar.

Que están dentro de lo que ahora llamo mi zona de control, y que son todas esas cosas que yo mismo, sin ayuda de nadie, puedo cambiar.

Sorprendentemente son muchas y centrándome en cambiar lo que depende de mí, gran parte de las cosas que me producen dolor, también cambian, y mi vida por lo tanto es mejor.

Esto no me sucedió de la noche a la mañana.

Como te he dicho, mi camino empezó en 2016 motivado por que otra persona cambiara, y me di cuenta de que el único que podía hacer mi vida mejor era yo mismo, no cambiando a la gente a mi alrededor.

Por aquel entonces tenía una empresa de traducciones que me daba bien de comer, pero no me llenaba a nivel personal.

Había conseguido, por fin, llegar a fin de mes, pagar a tiempo a los proveedores y tener sueldo todos los meses, pero no me sentía lleno.

Seguro sí, pero lleno, pleno, no.

Sentía que faltaba algo, y no era capaz de identificar qué era eso que faltaba.

También me sentía un poco “timado”: había terminado la carrera, trabajado para terceros, montado una empresa, tenía pareja, ganaba dinero, había marcado casi todas las casillas de lo que se supone que tenía que hacer para ser feliz, pero no lo era.

Y no sabía por qué.

Eso me tenía bastante torturado.

Sorprendentemente cuando estaba en modo supervivencia no me planteaba estas cosas.

Solo al llegar a un momento más “cómodo” en mi vida tuve el tiempo y la energía para plantearme que tenía que haber algo más.

Seguí formándome.

Tanto con la coach con la que había empezado como con una serie de talleres de crecimiento personal que llevaron a masters en crecimiento personal, programación neurolingüística, gestión emocional, meditación, metodología DISC y mil historias más que me daban cada vez más herramientas.

Toda esta apertura emocional y estar en contacto con mis emociones me llevó a conocer a una mujer maravillosa que, creo que por primera vez en mi vida, entró hasta la cocina de mí.

Me sentí totalmente enamorado, como si fuera de nuevo un adolescente.

Tal vez fue la mejor relación sentimental de mi vida.

Y la peor.

La relación se deterioró tanto y tantas veces que me perdí.

Perdí mi norte, mi brújula y solo sentía dolor.

Un dolor desesperado como nunca había sentido antes.

De nuevo había puesto mi felicidad fuera (eso lo sé ahora) y poner esa felicidad fuera esta vez me había destruido.

No quería, ni podía, sentir más dolor.

Así que decidí acabar con todo.

Con mi vida.

Con ese dolor tan insoportable que hacia que me cayera por el pasillo y me hiciera un ovillo como si me hubieran clavado un cuchillo en la tripa.

Que me hacía llorar hasta quedarme agotado.

Era “raro” (a falta de mejor palabra) porque podía trabajar en mi empresa, y lo seguía haciendo, pero luego cuando me quedaba solo el dolor era tan insoportable que no había forma de pararlo.

Intenté todo lo que se me ocurrió: alcohol hasta quedarme dormido, ansiolíticos, otras drogas, porno, sexo constante, otras relaciones, Instagram, series, más alcohol.

Nada de eso funcionaba en el medio/largo plazo.

En el corto sí, porque me permitía evadirme y dejar de sentir, pero no lo conseguía mantener.

(Y créeme que lo intenté)

Busqué ayuda en amigos, que me ayudaron como pudieron (sobre todo estando allí y aguantándome y apoyándome en las crisis más gordas).

Busqué ayuda en una psicóloga cognitivo conductual que me ayudó algo.

Y al final volví con mi coach, con quien había empezado mi camino de crecimiento personal, que me enseñó a aplicar las herramientas que había aprendido en mí y en otros.

Empezó a haber días donde no pensaba en matarme, días que poco a poco el sufrimiento era menor.

Fui aplicando las técnicas que había aprendido y nuevas técnicas que iba aprendiendo para que mi vida fuera mejor, más feliz, más plena.

Para mí fui un camino largo y tortuoso.

Con micho sufrimiento para salir de aquel agujero y para tener ahora la vida que tengo.

Con muchos días buenos.

Ya no soy la persona que era en 2016, ni, afortunadamente, en 2018.

Sigo creciendo y he descubierto las cosas que sí que me hacen sentir pleno.

Spoiler: no son las que me había contado.

No son aquellas casillas que tan diligentemente marqué con la esperanza de ser feliz.

Son otras.

Más cercanas.

Más propias.

Más mías.

Tú también pueden acceder a tu propia lista.

Marcar esas casillas (las que te falten)

Y tener una vida mejor.

Una vida donde estés conectado contigo.

Y te quieras.

Una vida donde estés profundamente orgulloso de la persona en la que te has convertido.

Te invito a que veas el camino formativo y de crecimiento personal que he creado que te permitirá hacer tu propia lista, marcar tus casillas y tener una vida plena.